martes, 8 de mayo de 2012

El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto si no que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los confines de un imperio.
Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, si no que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.

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